En el transcurso de los años, he aprendido a valorar las maravillosas ventajas de envejecer. Nunca cambiaría mis queridos amigos, mi hermosa vida, o mi amada familia por unas canas menos o un vientre más plano.
A medida que he madurado, me he vuelto más amable y menos crítica conmigo misma. He forjado una relación más amigable conmigo misma, liberándome de la culpa al disfrutar de pequeños placeres. No me atormentan unas galletas de más, hacer la cama a mi ritmo o comprar algo sin sentido.
Tengo derecho a ser desordenada o extravagante. He visto a amigos y seres queridos partir antes de comprender la gran libertad que la vejez nos brinda.
Así que, ¿quién me juzgará si me quedo despierta hasta tarde leyendo o jugando en mi computadora y duermo hasta el mediodía? ¿Quién se molestará si me quedo en la cama o frente al televisor todo el tiempo que quiera? Bailaré al ritmo de los éxitos de las décadas pasadas, y si de pronto me abruma la tristeza de un amor perdido, lloraré si me place.
Cuando lo desee, caminaré por la playa con pantalones cortos demasiado ajustados para mi figura en declive y me zambulliré en las olas sin preocuparme por las miradas de asombro de los más jóvenes. Ellos también envejecerán.
Sé que a veces olvido cosas, pero he descubierto que es mejor olvidar lo que no importa y recordar lo importante. A lo largo de los años, mi corazón se ha roto en más de una ocasión, pero los corazones rotos nos brindan fortaleza, comprensión y compasión.
Un corazón que nunca ha sufrido permanece inmaculado y estéril, sin conocer la alegría de la imperfección. He tenido la suerte de vivir lo suficiente para que mi cabello sea gris y para que la risa de la juventud quede grabada para siempre en las líneas profundas de mi rostro.
Muchos nunca se rieron tanto ni envejecieron lo suficiente como para ver las canas. Con la edad, se vuelve más fácil ser positivo e independiente, importa menos lo que los demás piensen. Ya no me cuestiono, me he ganado el derecho a equivocarme.
Entonces, me doy cuenta de que disfruto de ser mayor, de ser la persona que he llegado a ser. No viviré para siempre, lo sé, pero mientras esté aquí, no perderé tiempo lamentando lo que pudo haber sido y no fue, ni preocupándome por lo que será, ya que quizás ni llegue a verlo.
Y cuando tenga antojo, comeré postre en cada comida con gratitud y sin remordimientos”.
"ALMA"
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